El nacimiento

Hace 118 años en 1902 en el centro de San José la pareja conformada por Frida Geller y Salvador Jirón abrieron una talabartería (para quienes no saben, la talabartería es el arte de trabajar el cuero para equipos de caballería) bajo el nombre de Jirón sin imaginarse que dicha empresa trascendería en el tiempo y a lo largo de generaciones hasta el día de hoy. Vamos a centrar la historia y como décadas después uno de los hijos de esta pareja decide adaptar el negocio a los cambios de la época. 

En los inicios de los años 30 un joven empeñoso y trabajador, Don Julio Jirón, quien tenía en administración la talabartería de su madre, doña Frida, decidió ampliar el negocio con la actividad de la elaboración de colchones.

Con la idea de situarnos en esa época, y comprender mejor la historia de don Julio y su empresa, les presentamos una pincelada de la Costa Rica de los 30s, época en la que don Julio comenzó su sueño, con el sueño de todo pionero.

Así nació Colchonería Jirón S.A., en una época difícil en que la empobrecida y soñolienta Costa Rica comenzaba a despertar después de haber vivido adormecida en las décadas anteriores, gobernada por los grandes patricios liberales.El principio de los 30s era el principio de todo un proceso de maduración política, que, como la levadura, asomó burbujeante en la superficie de la patria.

Era también la efervescencia que, quizá sin precisarlo, asomaba en las mentes del hombre común, de los ciudadanos anónimos, de los trabajadores - humildes labriegos de la estrofa de nuestro himno nacional- de esos trabajadores empresarios que, como don Julio Jirón (según se constata en los testimonios de algunos de sus empleados), tenían que pasar penurias para cumplir con sus colaboradores y, aún como en el caso de don Julio, verse a veces necesitados de empeñar una sortija para cumplir con el pago de sus “muchachos”.

En estas páginas se recogen aspectos de la historia de ese empeñoso y trabajador empresario y del surgimiento de su negocio, todo al amparo del testimonio sincero anecdótico de quienes, al lado de don Julio, fueron más que los trabajadores de su fábrica, fueron sus amigos y compañeros de lucha, de esfuerzos y esperanzas.

También está el testimonio de la tercera generación (1960) la que heredó de don Julio más que una empresa con un prestigioso apellido, un ejemplar amor por el trabajo y un sentimiento de respeto y afecto para quienes, a su lado, ganan el sustento diario para sus familias.

Vivencias y anécdotas de un labriego

Corría el año de 1907 en la ciudad de San José. Sus empedradas calles y sus sonoras carretas, con el chirriar de las bocinas mal engrasadas, dan la bienvenida a un robusto niño que nace en el hogar formado por el señor Salvador Jirón, de origen hondureño, y su esposa Frida Gellert, de origen alemán. Además de este varoncito están sus hermanos: Salvador, Maximiliano, Margarita y Carmen Jirón Gellert.

La infancia de don Julio Jirón transcurre como la de cualquier niño de la época. Tras la muerte de su padre (1918), don Julio se ve en la obligación de abandonar la primaria en el colegio Seminario y, con sus 11 años, ayudar a su madre en una pequeña industria de peletería y zapatería propiedad de la familia.

Así pasan los años y Julio demuestra gran dedicación al trabajo y aplicación para el oficio de talabartero. Logra hacer diseños de galápagos, monturas, polainas, cartucheras, cruzados, etcétera. Algunos de los que hoy son prominentes en el negocio de la talabartería fueron discípulos de don Julio.

Entusiasta futbolista y basketbolero insigne, el joven Julio Jirón conoce a una simpática dama de la sociedad josefina: Lidia Rojas Bustos, con quién posteriormente contraería matrimonio después de largos ocho años de alegre noviazgo. Del matrimonio de Julio y Lidia nacen tres varones y una mujer: Julio, Rodolfo, Álvaro y Lorena Jirón.

Con lo difícil de los tiempos, los hijos siguen los pasos del padre y hacen su primaria y secundaria en el colegio Seminario. De ellos solo uno, Álvaro, se dedicaría a trabajar con su padre en la nueva fábrica de colchones. Al recién formado hogar Jirón Rojas le esperaban momentos difíciles, pero esto, en vez de amilanar al joven empresario, lo hizo templar su espíritu y sobreponerse a los sinsabores de los tiempos. Cuando la modernización tocaba las puertas de nuestra linda Costa Rica, el negocio de don Julio –la talabartería- se venía a menos. Los Jeep y los automóviles comenzaban el lento desplazamiento de los caballos y carruajes, desapareciendo así las monturas y polainas para dar paso a las pitoretas y la contaminación con el diesel y la gasolina.

Afrontando toda clase de penurias, Julio alterna sus quehaceres con su gran pasión: el fútbol y el básquetbol, logrando hacer giras con equipos como La Gimnástica Española y la Selección Femenina.

Julio se da a la tarea de fabricar colchones de crin de caballo, pero estos resultan de mucho costo, por lo que los alterna con los de paja, que se fabricaban haciéndoles un burlete alrededor para darles así la forma de un colchón. Además, se les ponían unos lasitos de tela con cáñamo para hacer lo que se conocían como botones.

Esto evitaba que la paja se desplazara hacia los lados. Seguidamente aparecen los colchones de algodón, que eran un poquito más finos. Eso sí, Julio siempre vigilante de la calidad de sus productos.

Para este tiempo el director de deportes, don Antonio Escarré, que era gran amigo de Julio, le autorizaba para que cortara el zacate de la Sabana, el cual, al dejarlo secar, se hacía en pacas que luego se convertirían en flamantes colchones Jirón, los que eran vendidos en 18 colones el individual, y 22 colones el matrimonial. También se podía participar de los clubes de colchones que se jugaban con la lotería nacional.

Poco a poco y con entereza, Julio y su hijo Álvaro van sorteando las penurias con honradez y dedicación, le van ganando terreno a las dificultades y se deciden a incursionar en el mercado de los colchones de resortes. Para esto se ponen de acuerdo con una fábrica de colchones de resorte que existía en el país para que esta, con su maquinaria, les maquilara el alambre que ellos importaban. Es así como, de la casa Bekeart de Bélgica, se traían los rollos de alambre y se maquilaban en el país para que Julio y Álvaro confeccionaran los colchones de resortes.

Secreto muy bien guardado

Para ese tiempo Julio ya tenía en plena producción una fábrica de almohadas de pluma de gallina, las cuales se procesaban con una formula celosamente guardada por Julio y sus colaboradores, ya que la pluma es un desecho al cual hay que darle un tratamiento especial para evitar su descomposición, ya que es muy sensible a los cambios de temperatura.

Muy temprano en la mañana Julio, con un colaborador, recorría los mataderos de gallinas para recoger la pluma con la cual se fabricarían las almohadas de gran demanda en las tiendas Sears de todo Centro América.

El gran amor de su vida, su esposa Lidia, también está involucrada y metida de lleno en las fábricas de almohadas y de colchones, ya que era ésta la que se dedicaba a la costura y el corte de las telas, labor que realizaba en su casa combinándolas con la educación de sus hijos y el trabajo de su casa. Así, todos juntos, padres e hijos, enfrentaban los retos de la vida.

Fue así como Julio logró hacer clientela por Centro América y Panamá con sus almohadas, cosa que hacía con una particularidad: mandaba pedidos y, tres o cuatro veces al año, visitaba con su esposa a todos los distribuidores centroamericanos y así cobrar los pedidos que les había enviado, recogiendo todo junto con el fruto de las noches sobre una mesa cortando las telas y los desvelos hasta altas horas cerrando almohadas.

Dejemos las paseadas de Julio y Lidia por Centro América y retomemos los colchones de resortes y el cómo hacía falta la máquina para unir, uno a uno, los resortes que maquilaba el señor Alejo Aguilar en su empresa IMAR. 

Este punto de la historia marcaba la transformación de la elaboración de colchones como se conocía hasta ese momento tanto para Jirón como para el país. Álvaro Jirón empezaba a buscar una solución para automatizar y mejorar la calidad de los colchones por medio de la creación e importación de maquinaria para cada vez dar mayor independencia y fuerza a la fábrica. Lo que no sabían en ese entonces los Jirón es que empezaba un camino lleno de más pruebas y obstáculos. 

En una próxima publicación, seguiremos la historia de nuestra empresa, que como pueden ver es más bien la historia de una familia emprendedora.